

Declaración de la Independencia Nacional"
En 1816 comían charqui, usaban peinetón y bailaban el cielito
¿Qué comían? ¿Con qué se vestían? ¿Cómo eran las calles de la ciudad en tiempos de la Independencia? Dos historiadoras, Sara Peña de Bascary y Cristina López, ofrecen datos y puntos de vista sobre la vida cotidiana de los tucumanos en el primer tercio del siglo XIX. Curiosidades y tradiciones para conocer un poco más la sociedad que vio nacer una nación libre. ¡Viva la Patria!
Fiestas y celebraciones
Además de los juegos de pelota o las carreras de jinetes, en las calles también se disputaban las batallas con harina en épocas de carnaval. Peña de Bascary cita la descripción que
hizo Temple, un viajero inglés:
“La principal diversión consistía en
arrojar puñados d e harina o almidón
a los ojos desprevenidos. Todas las
personas, hombres y mujeres, llevaban
en sus bolsillos y esquinas de sus ponchos
abundante depósito de esta munición
cuyo precio aumentaba en el carnaval que se festejaba durante tres días sucesivos”.
Por supuesto que todavía no se celebraba el día de la Independencia. La mayoría de los festejos correspondían a festividades de Santos y Patronos. La devoción principal era hacia el patrono San Miguel. “La ciudad se vestía de fiesta: se iluminaba la plaza y las calles con farolitos de papel”. También estaba la devoción a la Virgen de La Merced, que se remonta a la fecha de la fundación en Ibatín en 1565.
Muchos santos y pocos libros
La decoración de las viviendas era austera y predominaban los lienzos y las imágenes religiosas. En algunas otras había retratos de algún antepasado. “En casa de Francisca Bazán de Laguna había un retrato de su yerno, Don Pedro Antonio de Zavalía y Andía, lo que era excepcional, únicamente se conocía otro retrato en la ciudad, el de José Colombres y Thames”, comenta Peña de Bascary.
La iluminación se conseguía con faroles de hierro y papel. Los más pudientes iluminaban con mecheros de cuatro luces alimentados con aceite de potro. El resto se las arreglaba con velas de sebo.
Los libros se consideraban un lujo. En las casas no había bibliotecas, salvo la del convento de San Francisco. Los escasos libros en las casas eran vidas de santos y devocionarios.
¿Con qué se vestían?
La vestimenta de las mujeres se
reducía a faldas, camisas y vestidos.
Las telas se traían de Europa:
“capas y capotes de terciopelo,
chalecos, sombreros, medias de
seda, o algodón, telas de gasa,
sarasa, ponteví, tafetán, seda,
brocado, balleta y encajes de
Flandes” . El ajuar se completaba
con guantes, peinetones, pañuelos y
mantillas. El negro era el color con
el que se iba a misa. Los eventos religiosos constituían la principal salida de las mujeres de esa época. Los rebozos (capas y mantos para cubrirse el rostro y los hombros) eran una tradición heredada de España.
Los varones usaban pantalones ajustados, calzas, chalecos de seda, levitas y fracs. Zapatos con hebillas de oro, medias de seda o algodón, sombrero de pelo.
La mesa está servida
En las mesas se veía carne asada, guisada, charqui y locro. El arroz entraba en la categoría de novedad importada del oriente. El grano de maíz era muy requerido, también se consumía carne de paloma y perdices. El locro, la humita, la mazamorra y los pasteles de choclo eran los clásicos de la gastronomía tucumana. Por supuesto que los dulces y mermeladas se elaboraban en las casas, sobre todo con naranja y limas. Se consumía gran cantidad de tubérculos, hortalizas y frutas. Se bebía café, chocolate y mate. Para endulzar comidas y bebidas se empleaba miel de abeja y de caña y azúcar.
Curanderos y pocas letras
En tiempos de la Independencia todavía no había escuelas y tampoco hospitales. Las enfermedades eran atendidas en su mayoría por curanderos y los partos por comadronas y parteras. Cuenta Peña de Bascary que las medicinas empleadas procedían, la mayoría, de productos adoptados de medicación indígena: “raíz de quebracho blanco” contra la ictericia, “pepitas de quinaquina” quitaban el dolor de cabeza, el “jugo de hoja de algarrobo blanco” para el mal de ojo. También se aplicaban remedios de filiación europea: sangrías, ventosas y purgas.
La instrucción llegaba hasta el nivel primario y la única escuela que funcionaba era la del Convento de San Francisco a la que asistían niños. Las mujeres casi no sabían leer ni escribir. Cuenta la historiadora que algunas niñas recibían instrucción domiciliaria: lectura, rezos, escritura y números.
Vida social
La vida cotidiana de las mujeres estaba marcada por la religiosidad: ”misa diaria, novenas y todo tipo de actos devotos”, señala Peña de Bascary. En los templos no había bancos, así que ser costumbre que los sirvientes y esclavos cargaran alfombritas de iglesia y reclinatorios.
En los bailes de damas y caballeros se danzaba al son de guitarras el pericón, el cielito y el cuando. “En las casas había diversos instrumentos musicales: arpas, violines y pianos”, cuenta la historiadora. Los juegos de naipes eran habituales en todas las esferas sociales. Se intentó reprimirlos, dado el crecimiento de las apuestas, con escasos resultados.
En el Tucumán en el que se cocía la Independencia vivían unas
8.000 personas aproximadamente, en casas modestas y calles de
polvo. Hacia 1812, la ciudad se iluminaba con faroles de papel que
se colgaban al anochecer en el frente de las casas; pero en 1813 ya
habían llegado las luminarias de cristal al espacio urbano. Son
apenas algunas pinceladas del retrato social sobre el Tucumán del
primer tercio del siglo XIX que han registrado diversas fuentes.
La plaza funcionaba como el centro social y comercial por
excelencia. Todo lo que un ama de casa necesitaba lo encontraba
allí, y en las escasas tiendas que había a su alrededor. Por las noches no era raro escuchar a grupos de jóvenes ofreciendo serenatas nocturnas o “andas de música”, comenta Sara Peña, en “San Miguel de Tucumán 1812, Vida cotidiana en Tiempos difíciles”. Y si de inseguridad hablamos, andar de noche tampoco era fácil entonces, ya que debido a la falta de iluminación y a la ausencia de policías se establecía la hora de “queda” a las 10 de la noche.
¿Cómo jugaban los chicos de los tiempos de la colonia? Cierto que el fútbol tardaría en llegar (lo hizo con la llegada del ferrocarril, y de los ingleses, en consecuencia). Pero la pasión por la redonda ya era una pasión entre los pueblos de la la América prehispánica. Cuenta la historia que los chicos del Tucumán de 1816 ya jugaban con pelotas, más pequeñas que las actuales, y hechas en trapo. También figuraban en el menú del tiempo libre la rayuela, el balero, el trompo y el volantín.
Los medios de transporte de la Independencia
Para llegar al Congreso, los diputados tuvieron que recorrer largos caminos en galeras y sopandas. El viaje de Buenos Aires a Tucumán, por ejemplo, duraba entre 25 y 50 días.
La Galera
La galera fue el medio de transporte más rápido utilizado por los diputados para viajar
a Tucumán. Hacía el camino de Buenos Aires a Tucumán en 25 ó 30 días. Transportaba
hasta 10 pasajeros, pero no llevaba mercaderías. Tenía cuatro ruedas y era tirada por
cuatro caballos que manejaba el postillón, sentado en el pescante. Estaba acolchada por
dentro y tenía numerosos bolsillos para guardar los objetos personales de los viajeros.
La Sopanda
La Sopanda tenía suspensión, lograda por medio de correas de cuero que, como elásticos, amortiguaban los saltos del camino.
Carretas
Las carretas, esos grandes carros de madera, transportaban mercaderías y pasajeros del interior a
todas las ciudades, eran tiradas por una o más yuntas de bueyes y generalmente iban en caravana.
Tardaban 40 ó 50 días en recorrer el trayecto entre Buenos Aires y Tucumán.
Se hace camino al andar
En aquellos tiempos, los viajes de una ciudad del antiguo virreinato
a otra eran largos e incómodos. Los caminos, de tierra y mal mantenidos.
Durante la época de lluvias casi no se podía transitar, así que viajar en
esas condiciones era bastante peligroso. De tanto en tanto los viajeros
hacían paradas en el camino, en lugares especiales llamados"postas".
Eran sus únicas oportunidades para lavarse, tomar o comer algo y
descansar.
Mientras tanto, se cambiaban los caballos cansados por otros, se cargaba
agua fresca y se arreglaba algún desperfecto del vehículo.








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La gente en 1816
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